Llamó, abrió la puerta y la cerró tras de sí. Y mi corazón también latía. Eran las tres de la mañana y tenía las dos caras del álbum de Terje Rypdal „Whenever I seem to be far away“ sonando. Por un momento creí que estaba soñando, pero ella me había presentado a sus padres sólo unos días antes, cuando nos vimos por casualidad en la ciudad, con aspecto de inofensivos vagabundos que colocaban gnomos de jardín en su casa. Era completamente surrealista porque era tan impresionantemente bella como el joven Nico. Y aunque su naturaleza básica es amorosa, yo era demasiado tímido para hacerle insinuaciones. Su aspecto de india no coincidía en absoluto con su familia, y estaba segura de que había sido adoptada. Todo en ella me deslumbraba, tanto que me hubiera gustado ponerme gafas de sol por la noche mientras bebíamos vino de frutas en lo alto de nuestra ciudad universitaria. Nadie en el quinto piso de la residencia se quejó de la guitarra de Rypdal, en lo profundo de la noche, y mi música se infiltró en los sueños de mis compañeros de habitación. Sabía que a veces tenía asma alérgica por la noche en verano (la Ciudad del Valle, un caldero de polen), y tenía que tomar este medicamento con efedrina: al cabo de veinte minutos el aire siempre volvía, y yo estaba bastante colocado. Justo en ese momento de felicidad (aire, Rypdal, efedrina) llamó a la puerta, entró y la cerró. Aire, Rypdal, Efedrina, Andrea: un frenesí eufórico, porque llegó inesperadamente, como de la nada. ¿Estás bien de nuevo?, me preguntó, y yo exhalé mi sí en un aire tembloroso. Michael, me has dicho que escuchas música por la noche y he seguido el sonido. Quiero acostarme contigo.